El año egipcio estuvo dividido en doce meses con treinta días cada uno, lo que significaba que cada año tenía alrededor de cinco días menos que el año astronómico. Para compensar esa diferencia, se añadieron cinco días extra al año, llamados días epagómenos. Como éstos no formaban parte del año normal creado por los dioses, el egipcio los consideró días particularmente siniestros y los textos enumeraron lo que podía o no hacerse durante ese periodo. A pesar de añadirse esos cinco días, no se resolvió el problema del año solar, que tenía 365 días y un cuarto. Por esta razón, los calendarios variaron a razón de un día cada cuatro años y con el tiempo se abrió un importante intervalo entre el auténtico calendario y el teórico. Esto originó que la inundación nunca más se produjera en la estación de la crecida, y que la estación cálida nunca más tuviese lugar en Verano. Ambos calendarios sólo coincidían de nuevo una vez cada 1460 años. Tras una infructuosa tentativa de revisión del calendario en el reinado de Ptolomeo III, el problema fue finalmente resuelto por los romanos, que añadieron al calendario alejandrino un día salteado cada cuatro años. El autor griego Plutarco escribió su propia versión sobre la creación de los días epagómenos. Helios (equivalente griego de Re), el dios del Sol, impuso una maldición a la diosa Rhea (la diosa egipcia del cielo, Nut) por la que no podría tener hijos en ninguno de los 360 días del año. Hermes (el dios egipcio de la sabiduría, Thot) resolvió el problema añadiendo cinco días al año. Cinco niños nacieron en esos días, Osiris, Isis, Nefthys y Seth, aunque también Apolo (= Horus), este último debido a la asociación entre su madre original, Hathor, y la diosa del cielo Nut.